SUBESSE IN TENEBRIS
(EL RESURGIR DE LAS TINIEBLAS).
PARTE 2.
Capítulo 17.
El cardenal se encontraba sentado en su cuarto de la catedral en
donde el daba las misas de los domingos.
Estaba pensando un poco, preparándose para su misa.
De pronto, mira el reloj y ve que eran las nueve menos cinco de
la mañana. Ya era hora de salir de ahí. Una cantidad de fieles lo esperaban a él.
Eran muy buenas las misas que daba el cardenal. Duraban alrededor
de una hora o un poco más. La gente siempre escuchaba con mucha atención todo
lo que decía él y lo que decía de la palabra de dios.
Luego de que terminaba, todos los fieles se iban del lugar. Volvían
a sus casas contentos. Sabiendo que volvían limpios de culpa y cargo de todos
sus pecados por estar presente en la misa.
Algunos quizas se quedaban un rato más para que el cardenal los
confiese.
Una vez que toda la catedral quedaba vacía, el cardenal con sus
ayudantes limpiaban todo.
Pero un día pasó algo raro. Dio su misa como todos los domingos
y cuando termino. Un joven de no más de 12 años se quedó sentado en un banco
estaba con sus manos apretadas y entre ellas un rosario. Lloraba sin parar y
miraba hacia donde estaba la cruz.
El cardenal al ver al niño, se acercó muy lentamente hacia él y
le pregunto:
-. Hola. Puedo ayudarte en algo?.-
El niño lo miro a los ojos y le respondió:
-. No
quiero volver a mi casa, señor. Mi padre no es un buen hombre.-
El cardenal, lo miraba y no sabía que responderle. El niño
lloraba y lloraba hasta que dijo:
-. Por
favor, señor. Ayúdeme, no quiero volver a mi casa.-
Entonces el cardenal, lo llevo hacia donde está la cocina de la
catedral y le dio un refugio.
Comió y charlaron un largo rato hasta que se hizo el atardecer. Luego
el niño durmió en un cuarto que el cardenal le dio.
Pero de pronto el cardenal abre los ojos y se encuentra en la
casa en donde estaban los demonios.
-. Oh,
vemos que ya ha despertado.- dijo Astaroth.
El cardenal no entendía lo que pasaba.
-. ¿Dónde
está mi compañero?.- pregunto el hombre de dios.
-. ¿Tu compañero?.¿El
que te entrego a nosotros?, jajajajaja.- dijo Astaroth.
Trato de buscarlo entre el lugar pero no lo encontraba, hasta
que escucho su voz.
-. Aquí estoy,
señor.-
El cardenal giro su cabeza hacia la derecha y lo vio parado muy
cerca de él.
-. ¿Por
qué muchacho?.- pregunto el cardenal.
El cura, miro el suelo. Luego
levanto nuevamente su mirada. Pero no sabía que responderle.
-. Ya
lo sabía muchacho, lo supe siempre. Sabía que ibas a entregarte a las garras
del ángel caído. Pero tú no tienes la culpa, él te controlo y caíste en la tentación.-
dijo el cardenal.
-.
¡¡¡BASTAAAAA!!!.- grito el cura.
Todos en la sala se quedaron callados.
-.¿ no se da cuenta que estamos
acabados?. Ellos tienen más poder que nosotros. La gente no nos quiere. Y usted…-
dejo una pausa.- usted no quiere que yo tenga tanto poder. Usted sabe que soy más
fuerte y joven.- dijo el cura.
El cardenal seguía un poco mareado, pero ya casi podía ver y
escuchar, pero no podía moverse, estaba atado en un silla.
-. ¿Qué
dices compañero?. No puedo creer lo que estoy escuchando.- dijo el cardenal.
-. Bueno,
basta de charla.- dijo Astaroth.
El cardenal, miro al demonio que estaba parado frente a él.
-. Muy bien
cardenal, creo que le llegó la hora y a nosotros nos llegó la hora para usar la
lanza del destino.- dijo Astaroth.
Camino hasta un gran
armario que había ahí en esa sala. Abrió una puerta. Y saco una caja negra. La llevo
hasta el mismo lugar donde estaba antes y la abrió.
Dentro de ella había una tela color rojo, en ella estaba
envuelta la lanza. La saco y lo tuvo en su mano derecha.
Lo miro al cardenal y luego miro al cura.
-.
Tu esclavo. Ve en busca de Belcebú.- le dijo al joven siervo de Lucifer.
El cardenal y Astaroth se quedaron solos los dos en esa sala.
-.
¿Por qué?.- pregunto el cardenal.
Pero el demonio, no contestaba. Hasta que de pronto el cardenal empezó
a orar en voz baja.
Astaroth levanto su mirada.
Fue ahí cuando el cardenal empezó a hacer un exorcismo en el
lugar.
-. Sanctus
Michael Archangele, defende nos in proelio, contra nequitiam et insidias
diaboli esto praesidium. Indicavitque ei potestatem Deus, nobis in oratione, et
vos, O Princeps militiae caelestis, potestas a Deo data, in infernum detrude
Satanam aliosque spiritus malignos, qui ad perditionem animarum quaerere mundi
grassor. Amen.-
Al escuchar estas palabras el demonio se acercó al cardenal y lo
tomo del cuello.
-. Tú piensas
que con esas palabras puedes hacerme daño?.-
El cardenal no podía respirar. De repente, lo suelta.
-. Tu dios,
ya no tiene poder aquí. Escucha a tu compañero. Tu dios ya no los protege.-
dijo Astaroth.
-. Dios, siempre nos está protegiendo. Todo el
tiempo nos protege. Que el ahora no esté aquí para ayudarme, no quiere decir
que no esté presente. Todo lleva tiempo. Y como ustedes están ascendiendo a la
tierra, también volverán a descender porque él los devolverá al lugar donde
pertenecen.- dijo el cardenal.
Astaroth le dio la espalda y no dijo nada.
De pronto, llega el cura con Belcebú en brazos.
El cardenal, lo mira y lo sigue.
Astaroth tomo a Belcebú y lo dejo en el suelo.
El hombre de dios lo miraba, no podía creer todo lo que estaba
sucediendo. Parecía un sueño.
Astaroth con la lanza en
su mano, se acercó lentamente hacia el cardenal.
-. Muy bien, espero que estés preparado. Tu destino es este. Tu destino
es Morir.- dijo el demonio.
Y tomando la lanza con fuerza en un abrir y cerrar de ojos el
artefacto estaba clavado en el cardenal.
El hombre de dios no grito. La lanza estaba en su estómago.
-. ¡¡¡Grita
maldito gusano de dios!!!.- dijo Astaroth.
Pero el cardenal, no gritaba. El demonio removía la lanza en el estómago,
pero no se quejaba.
De pronto, el demonio saca la lanza. Estaba llena de sangre.
El cardenal tosió un poco de sangre. Miro el piso y luego hacia
arriba.
El demonio sonreía, disfrutaba de lo que estaba haciendo.
-. ¿Por
qué?, ¿Por qué lo hiciste compañero?. Yo te crie como si fueras mi hijo.- dijo
el cardenal.
Pero el cura, tan solo miraba. No hacia otra cosa.
De pronto, el cardenal vuelve a desmayarse, perdió mucha sangre.
Y ahí fue cuando volvió a su recuerdo.
-. ¿Estás
listo compañero?.-
-. Sí,
señor.- respondió el cura.
-. Estoy
muy contento por ti. Al fin llego el día en que te convertirás en un cura joven
y bueno. Serás el mejor. También quiero que sepas que yo te quiero como si
fueras mi hijo. Te crie, te enseñe para que seas el mejor.- dijo el cardenal.
-. Lo se
señor y se lo agradezco mucho. Jamás lo voy a defraudar.- dijo el cura.
Pero otra vez volvió a la realidad.
Astaroth clavo la lanza nuevamente pero esta vez en el pecho. Fue
ahí cuando grito el cardenal.
-. Siiii,
sufre maldita escoria.- decía Astaroth.
-.¡¡¡nooooo, bastaaaa!!!.- grito el cura.
Corrió hasta el demonio y lo empujo con todas sus fuerzas.
Astaroth cayó al suelo, pero la lanza seguía clavada en el pecho
del cardenal.
El cura, saco la lanza con cuidado.
-. Discúlpeme
señor, todo esto es mi culpa.-
El cardenal tosía sin parar y escupía sangre de su boca.
-. Máximo, tú estarás en el paraíso junto a
dios, él no te dejara en el infierno.-
El cura lloraba sin parar. Lo desato y lo levanto.
-. Déjame
aquí en el piso.- dijo el cardenal.
-. Señor podemos irnos. Yo detendré al
demonio.- dijo Máximo.
-. No compañero,
vete tú de aquí. Mi destino es este.- dijo el cardenal.
Pero el demonio fue muy rápido.
Se levantó y fue contra máximo. Lo tomo del cuello y lo levanto
hasta que sus pies quedaron en el aire.
-. Tu destino
ya está escrito, esclavo. Tu alma es de Lucifer, no estarás en el paraíso.-
dijo Astaroth.
Apretó su cuello con tanta fuerza que rompió su cuello.
El cura había muerto.
Mientras tanto el cardenal, seguía tirado en el suelo, todavía estaba
vivo.
El demonio soltó a máximo y se acercó al cardenal.
-. Muy bien, llego el momento. Bañare a Belcebú con tu sangre, así
sabremos si la lanza funciona.- dijo Astaroth.
La lanza se volvió a clavar en el pecho pero con más violencia.
El cardenal dio un grito de dolor que se escuchó hasta en los
exteriores de la casa.
La lanza había dado en el corazón, la sangre empezó a correr.
El demonio introdujo la mano en el pecho del cardenal y saco su corazón.
Llevo el órgano del hombre de dios y roció con su sangre el cuerpo de Belcebú.
Pero de pronto se dio cuenta que nada sucedía. Belcebú seguí
igual, no cambiaba de forma.
Algo había salido mal.
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