lunes, 24 de junio de 2013

SUBESSE IN TENEBRIS

SUBESSE IN TENEBRIS
(EL RESURGIR DE LAS TINIEBLAS).
PARTE 2.
Capítulo 16.
Ya a la mañana siguiente, el cura abre sus ojos. Las mujeres ya no estaban en su cuarto.
Se levantó lentamente y se sentó sobre la cama, estaba cansado, después de pasar una noche de lujuria.
De pronto, mueve su cabeza y ve un papel en su mesa de luz. Tenía una dirección. Ahí es donde están los demonios. Ese es el lugar en donde debe entregar al cardenal. Tomo el papel. Lo leyó. No era muy lejos de donde estaban y quedaba en la dirección por donde el cardenal dijo.
Se paró y se fue al baño a darse una ducha rápida. Ahí pensó como haría para entregar al cardenal y que pasaría después de eso.
Luego del baño, fue caminando hacia el sillón en donde Lucifer se encontraba ayer y se sentó. Miro a su alrededor, vio el cuarto. Pudo sentir el olor a azufre que volaba por el lugar. Miro su bolso y saco la biblia y su cuaderno en donde anota frases del libro santo.
Comenzó a leer y anotaba en su cuaderno. Como lo hacía siempre.
Pasaron unos minutos hasta que pensó, ¿para que sigo anotando si ya traicione a mi religión?.
Dejo todo nuevamente en su bolso. Se levantó de sillón y se abrigo para ya irse.
Trato de dejar de pensar en lo que pasaba por su mente, trato de dejar aquellos recuerdos buenos que tenía junto a su compañero. Camino hacia la puerta. Puso la llave en la cerradura, pero no logro abrirla. Un nudo en su garganta y una fuerte presión en su pecho, hizo que se arrodillara. Comenzó a llorar. Sus lágrimas caían como cascadas por sus mejillas.
                          -. Perdóname señor, te he traicionado. Como judas traiciono a tu hijo. Perdóname. Perdóname, te lo suplico.- dijo el cura mirando hacia arriba.
 Pero una voz rompió las suplicas del cura.
                         -. ¿Qué estás haciendo?.-
El cura, bajo su mirada y giro la cabeza en dirección hacia aquella voz. Vio a Lucifer nuevamente en su cuarto.
                         -. ¿No te da vergüenza?. Te estas arrodillando y pidiendo perdón a un dios que hace tiempo te abandono.- dijo Lucifer.
El cura se quedó pensando unos minutos.
                       -. Dios me abandono, porque lo traicione.-
                       -. Él te abandono porque no le sirves. No eres más que otro siervo buscando poder. Como yo lo fui algún día.- dijo Lucifer.
Seco sus lágrimas. Su cabeza pensaba y pensaba en todo lo que iba a suceder hoy.                 
                      -. No puedo hacerlo. No podré entregar al cardenal.- dijo el cura.
Lucifer al escuchar esto, se acercó tan rápido que el cura no logro verlo llegar.
Lo tomo del cuello con una sola mano y lo levanto. Sus pies quedaron en el aire. Lo estaba ahorcando.
                      -. Claro que lo harás, maldito siervo. Tú naciste para esto. Para traicionar a tus seres queridos.- dijo Lucifer mirándolo con sus ojos rojos como lava.
El cura no podía respirar.
                          -. Suéltame.-
                         -. Suplícame como lo hacías hace un instante.- dijo Lucifer apretándole más y más el cuello.
                       -. No, no lo hare.- dijo el cura.
Lucifer al escuchar esta respuesta, apretó más su cuello. Y mientras más fuerte lo hacía, la sonrisa del dios del infierno era más grande. Estaba disfrutando su dolor.
                      -. ¡ Vamos maldito esclavo!.- grito Lucifer.
                      -.ppppppooor ffffffaavoorr.- dijo el cura ya casi sin aire.
Lucifer sonrío.
                        -. Así me gusta. Y ahora por tardar en darme la respuesta que quería te dejare un regalo.- dijo Lucifer.
La mano que tenía en el cuello del cura comenzó a calentarse. Hasta llegar al punto de estar tan roja como la lava de un volcán en erupción. El cura comenzó a gritar.
                       -.¡¡¡NOOOO!!!.-
Lucifer lo mira sonriente. Luego lo soltó.
El cura cayó al piso casi desmayado tomándose el cuello.
                    -. Maldito, ¿Qué me hiciste?.-
                     -. No te he matado. Vivirás.- respondió Lucifer.

Luego despareció y el cura se levantó muy lentamente y camino hacia el baño tomándose el cuello. Se miró en el espejo y vio que tenía la marca de la mano en su cuello. Estaba roja.
Salió del baño y fue a su bolso, tomo una bufanda y se tapó. No quería que el cardenal viera la marca, sospecharía.
Luego fue nuevamente hacia la puerta. La abrió y salió. Camino hasta el cuarto del Cardenal. Golpeo y espero.
El cardenal abrió la puerta. Saludo al cura con la mano. Pero de pronto, algo le llamo la atención al cardenal y le pregunto:
                       -.¿ te sientes bien compañero?.-
                       -. Sí señor. Solo que estoy un poco cansado.- respondió el cura.
                      -. Qué raro. Estas pálido como si hubieras visto al mismísimo Lucifer.- dijo el cardenal.
El cura lo miro sorprendido. Pero luego agacho la cabeza y rio.
                   -. Debe ser que dormí poco.- dijo nuevamente.
                   -. Puede ser.¿ estás listo compañero?.- dijo el cardenal.
                  -. Sí, señor.- respondió el cura.
                  -. Hoy presiento que será un día con mucho éxito.- dijo el cardenal.
Mientras que el cura se quedó pensando.
Luego el cardenal cerró la puerta de su cuarto y caminaron nuevamente por el pasillo que los lleva a la salida del hotel.
El mismo taxi los esperaba. Los dos se subieron y el vehículo comenzó a moverse. El cura estaba empezando a transpirar. Podía sentir el sudor como corría por su espalda. Se estaba poniendo nervioso. El momento ya estaba por llegar. Iba a entregar a su amigo. A su amigo de toda la vida.
Mientras tanto el cardenal, estaba con su péndulo. Y así fue como llegaron a la calle en la que ayer tenían que tomar. Aquella que los llevaría a los demonios.
Solo faltaba una pregunta que haga el cardenal, aunque él ya sabía que esa era la calle.
El péndulo dio su respuesta. El cardenal hablo con el taxista y el auto nuevamente comenzó andar.
El corazón del cura latía cada vez más rápido. Estaba muy nervioso ya.
De pronto, el taxi para.
                          -. Aquí es.- dijo el cardenal.
El cura recordó la dirección, y sí, esa era.
El sonido del viento gobernaba el lugar. Todo el lugar se veía misterioso.
Caminaron muy lentamente por el camino que los llevaría a la puerta principal de la casa. Los pasos en la nieve sonaban como si pisarían vidrio molido.
Una vez ahí en la puerta, el cardenal saca su mano derecha del bolsillo. Pero antes de que golpee, el cura le dice:
                      -. Señor, espere.-
El cardenal lo mira, no entendía.
                   -. ¿Qué sucede?.- pregunta.
                  -. No sé si estoy preparado para esto.- respondió el cura.
                 -. No tengas miedo hermano. Yo estoy aquí. Y cuidare tus espaldas.- dijo el cardenal sonriendo y tomándole el hombro izquierdo.
El cura suspiro. Miro hacia su costado. Pensó.
                  -. Es que usted no entiende, señor.- dijo.
                  -. ¿Qué es lo que no entiendo? Y ¿Qué es lo que tengo que entender?.- pregunto el cardenal.
                  -. Que me tiene que disculpar.- respondió el cura.
                  -. ¿Por qué?.- pregunto el cardenal.
Pero el cura con mucha velocidad saco una picana de su bolsillo y la apoyo en su cuello. Le dio un buen shock de electricidad. El cardenal se había desmayado. Luego el cura golpeo la puerta.
Espero ahí afuera con el cardenal tirando en el piso y en unos pocos minutos, la puerta principal de la casa se abrió. Era Gloria o mejor dicho Astaroth.
El cura ingreso a la casa. Siguió a Astaroth hasta la sala principal de la casa donde está el hogar con su fuego encendido. Ahí vio una silla.
El aroma azufre gobernaba la casa.
Ya no había marcha atrás. Ya no había tiempo para arrepentirse.

El cura tan solo se quedó a un costado mirando que es lo que harán con el cardenal. Que es lo harán con su amigo. 

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