jueves, 8 de diciembre de 2011

SUBESSE IN TENEBRIS

       SUBESSE IN TENEBRIS.
 (EL RESURGIR DE LAS TINIEBLAS).
               CAPITULO 12.
La pequeña y Gloria ya estaban llegando al neuropsiquiatrico. La niña temblaba como si hiciese cien grados bajo cero. Estaba muy nerviosa.
Fueron unos diez minutos más, cuando se dieron cuenta de que ya estaban en la puerta.
La niña bajo primero, luego de pagar Bajo Gloria.
Las dos se dirigieron  hacia la entrada. Ahí un guardia de seguridad las atendió.
                        -. Si, ¿Qué desean?.-
                       -. Venimos a ver al padre de la niña, se llama Ignacio González.- respondió Gloria.
El hombre de seguridad fue a la garita de él y miro unos papeles.
Luego de mirar un buen rato, se acercó a la puerta y abrió. Las dos pasaron tomadas de las manos, como si el hombre de seguridad las iría a encerrar.
                        -. Acompáñenme, por favor.- dijo el hombre.
Caminaron por toda la entrada. Una calle llena de hojas secas, las conducían a la puerta principal del lugar.
Una vez que llegaron ahí, el hombre les abrió y entraron. Siguieron caminando acompañado de él.
Fueron por un pasillo muy largo en el que a sus costados tenía muchas puertas. Eran de acero.
Como si del otro lado tendrían encerrados dragones furiosos buscando libertad.
Mientras caminaban, se podían escuchar algún que otro grito, de algún loco que este por ahí.
                       -. Una pegunta.- dijo Gloria.
                      -. Si, dígame.- dijo el de seguridad.
                      -. ¿En dónde se encuentra el señor Ignacio?.- pregunto Gloria.
                   -. Están en el parque, es la hora en que todos salen después de comer.- dijo el hombre de seguridad.
Luego, él se encontró con un psiquiatra. Hablaron un poco, pero no se pudo escuchar que se dijeron.
Después de que hablaron, el de seguridad se fue y el psiquiatra que estaba ahí, las acompaño. Primero, se presentó y luego siguieron caminando.
                 -. Buenos días, soy el psiquiatra Fernando Gutiérrez.- dijo el estrechando la mano con Gloria.
Una vez que todos se presentaron, siguieron caminando rumbo al patio.
Luego de tanto caminar al fin llegaron.
Era inmenso el patio. Tenía árboles, asientos de todo. Para que esta gente que en verdad no está en sus cabales disfrute.
                            -. ¿Dónde está mi papa?.- pregunto la niña.
                          -. Allá.- dijo el psiquiatra señalando hacia donde estaba.
La niña miro hacia la dirección que le indicaba el psiquiatra, y vio que su padre estaba sentado, solo.
No había nadie a su alrededor. Tenía la mirada perdida.
Quien sabe qué pensaría. Gloria tomo la mano de la niña para acercarse a él. Pero Sara, la miro y le dio a entender que quería ir ella sola a ver a su padre.
Comenzó a caminar muy lentamente hacia él. Muchas cosas se le cruzaban en su cabeza. No eran buenas.
Mientras más se acercaba su corazón más rápido iba. Sus ojos muy lentamente se llenaban de lágrimas. Y aquel sol que alumbraba el día, se iba tapando con algunas nubes negras que llegaban amenazando en convertirse en una tormenta.
Este era el momento, en el que Sara iba a cerrar un círculo.
Esto era importante para ella. Aquella vida que llevo en algún tiempo, hoy se iba quedar atrás.
Ya estaba casi cerca del padre, de pronto ve que él, la estaba mirando. Una sonrisa se le hizo en su cara. Una sonrisa que la niña nunca había visto en él.
De repente, el padre se para y camina hacia la niña. Sara seguía su trayecto, hasta que los dos al fin se encontraron después de tanto tiempo.
Ninguno emitía sonido. Tan solo se miraban. Comenzaba a soplar un viento frio. Quizas algunos truenos se escuchaban.
                          -. Perdóname, hija. Perdóname por todo lo que te hice.- dijo el padre rompiendo el silencio.
 Sara comenzó a llorar, se tapó la cara con sus pequeñas manos, no podía decir nada.
                       -. Sé que estuve mal, y merezco estar en infierno. Merezco quemarme entre las llamas. Sé que lo que hice estuvo mal. No tengo perdón de nadie.- dijo el padre, esta vez con algunas lágrimas en sus ojos.
                     -. No sé por qué lo hacías. Todavía no logro entenderlo. Ahora mira como estoy. Tengo un hijo tuyo. A veces me siento con ganas de morirme, por todo lo sucedido. Pero sigo, con todo para adelante. Tengo una vida, una vida que tu creaste.- dijo la niña llorando.
               -. Perdóname, no sé lo que hice. Pero quiero que me perdones. Quiero que el día que llegue mi muerte, morir sabiendo que me perdonaste.- dijo el padre.
             -. Yo no puedo perdonarte. Porque ya nada de esto voy a olvidar. Nadie puede ayudarme. Tan solo yo llevare esta carga sobre mis hombros débiles. El día que yo me muera, será el día en que deje de cargar con este peso que llevo. Tu tan solo estas aquí. Quizas te lo merezcas. Eso no lo sé.- dijo Sara.
              -. ¿Para qué vienes aquí?.- pregunto el padre.
             -. Vengo a despedirme, me voy a vivir a otro lugar.- respondió la niña.
             -. ¿Será lejos?.- volvió a preguntar el padre.
            -. Viena, según Gloria.- dijo la niña.
Al escuchar ese nombre, es como que el padre se transformó. Fue como si hubiera escuchado el nombre del mismísimo Satanás.
Salió corriendo y comenzó a gritar:
                    -. ¡¡¡Esta aquí, está aquí!!!.-
Dos guardias lo corrieron y lo atraparon, de pronto se vio que todas las personas que estaban ahí comenzaron a repetir lo mismo que él decía.
Eran más de quinientas personas diciendo lo mismo. Sara se asustó y se fue corriendo hacia Gloria.
Una vez que llego hasta ella. Se quedaron mirando cómo se lo llevaban al padre.
Gloria la miro a la niña y le dijo:
                         -. Vamos.-
Las dos caminaron nuevamente por aquel pasillo, acompañadas del psiquiatra. Luego llegaron a la puerta principal. Ahí salieron  y caminaron por esa calle llena de hojas, que ahora están desparramadas por todo el lugar, por el viento que se levantó.
Una vez que llegaron a la entrada del lugar, se encontraron nuevamente con el hombre de seguridad.
Gloria vio, que había un taxi. Era para ellas y era el mismo hombre que hoy las había traído a este lugar.
El hombre de seguridad les abrió la puerta, y las dos salieron. Pero antes de subirse al taxi, Sara dijo:
                          -. Te perdono.-

No hay comentarios:

Publicar un comentario