lunes, 8 de julio de 2013

Naufragio por Facundo Despo

"La vida siempre arroja luz en momentos de oscuridad".
Marina deambuló por la ciudad, y en su camino no se cruzó con nadie. Al igual que lo que había dicho su madre, todos sabían lo peligroso que era estar afuera. La niña caminó y caminó. En un momento tuvo hambre, pero el recuerdo de los ojos de su madre no le permitían prestar atención a su estómago. Cuando sintió mucho frío y el sueño comenzó a acariciarla, Marina decidió buscar un lugar para dormir. Debía pasar la noche. No sabía bien qué haría al día siguiente, pero quería descansar.
Encontró un pasillo similar por el que había entrado cuando murió su perseguidor, y allí habían unas cajas muy grandes, como de heladera, y se escondió ahí. Cerró la tapa y se acostó. Se quedó en silencio un minutos y no tuvo problema para dormir.
Al día siguiente, Marina se despertó sobresaltada. Tuvo una pesadilla en la cual alguien o algo la perseguía y ella sólo huía sin dirección para luego caer al vacío. Al despertar se quedó quieta, y asustada. Su corazón latía fuertemente. Estuvo así unos minutos, y a lo lejos, fuera de la caja, oyó voces. Había alguien afuera.
Las voces se hacían cada vez más fuerte, las personas se estaban acercando. Marina oía risas y gente hablando fuerte, aunque no entendía qué decían. Se acercaban y revolvían las bolsas y cajas cercanas a ella. Se incorporó y esperó sentada con sus manos en puño. Finalmente alguien abrió la tapa de su caja y ella atacó. Era un niño y lo golpeó directo en la cara.
El niño cayó al suelo en silencio. Se incorporó rápidamente y amagó a golpearla, pero al verla se frenó. "Mamá, vení para acá", dijo. "Hay una piba en esta caja". Una mujer, que estaba a unos metros, se acercó corriendo. Llevaba un vestido largo, sucio y algo roto en las puntas. Estaba muy abrigada, pues hacía frio. Tenía el pelo algo grasoso y recogido con una cinta. Observó a Marina detenidamente y finalmente le dijo: "Tranquila, niña. Ven. No tengas miedo. ¿Qué haces ahí?". Marina la miró nerviosa, pero su mirada emitía una calidez que logró calmarla, y comprendió que la mujer era de fiar. Entonces le tomó la mano y dejó que la ayudara a salir de la caja.
"¿Quién eres? ¿Qué hacías allí?, preguntó la mujer. Observó que tenía el pelo enmarañado. "¿Acaso pasaste la noche en la caja?", volvió a preguntarle. Pero Marina no contestaba. Miraba al suelo y escondía las manos. "Ven. Vamos a buscar algo para que desayunes", le dijo la mujer.
Marina los siguió mientras salían del pasillo y entraban a los ruidos de la ciudad. La niña observaba a la cantidad de gente que recorría las calles y recordó la ausencia que hubo la noche anterior. La mujer le iba hablando, y sentía que el niño venía un poco detrás de ella. Volteó para asegurarse y notó la ira en los ojos del niño. Evidentemente el puñetazo lo dejó desconcertado. Marina le restó importancia.
Luego de caminar por media hora llegaron a la zona baja de la ciudad. Se evidenciaban las casas precarias y las ausencia de asfalto. Zanjas rebalsadas y muchos animales en la calle. La niña seguía sin emitir palabra, al igual que el niño quien la seguía mirando con odio. Así lo comprobó Marina al mirarlo en reiteradas oportunidades. Llegaron al frente de una casa igual de precaria que las demás, pero se percibía un aire amigable. "Es aquí", le dijo la mujer. Y entraron.
"A ver, Marce. Acá hay una piba perdida", gritó la mujer mientras entraba. Se abrió la puerta de entrada y salió quien Marina supuso que era Marcelo. Al igual que la mujer el hombre tenía su ropa algo sucia y rota. "Pasó la noche en una caja".
El hombre la miró y Marina vio amabilidad en su rostro. La niña sintió que podía confiar. "Me pegó en la cara", entró furioso el niño. "La odio", gritó.
Marcelo sonrió y mirándola le dijo: "No hagas caso a Tobías. Siempre exagera. ¿Querés desayunar algo? Si pasaste la noche en la caja debés de tener hambre. Y de paso nos contás cómo terminaste ahí", le dijo.
Pasaron a la casa y dentro Marina vio a muchos niños más, reunidos con Tobías, y él enfurecido se sentó en una mesa grande de madera, sostenida con una caja. Habrían de ser como 10, no los podía contar. Y todos se acercaron a observarla. "Qué lindas hebillas de elefante", dijo una niña. "Déjenla, déjenla. Traigan un té y pan", ordenó la mujer. Le sirvieron en la mesa y todos estaban atentos a lo que Marina hacía. "Basta ya. Todos afuera. Déjenla desayunar en paz", ordenó Marcelo. Y todos salieron.
"La encontré en un pasillo adentro de una caja de heladera", dijo la mujer. Estaban con Marcelo afuera, fumando. "Estaba asustada y le pegó a Tobías en el ojo", dijo la mujer.
"Está muy bien vestida como para ser una piba de la calle. Mejor dejarla que termine de desayunar y le preguntamos quién es. Lo único que falta es que aparezcan los padres y nos acusen de secuestradores", dijo Marcelo.
"Sí, ya sé. Pero hay algo en su mirada fría. Me parece que esa piba pasó por algo muy feo", concluyó la mujer.

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