lunes, 16 de junio de 2014

Subesse in Tenebris

SUBESSE IN TENEBRIS
(EL RESURGIR DE LAS TINIEBLAS).
PARTE 3.
Capítulo 1.
(25 años después).
Los pájaros cantan en aquel lugar donde estaba Sara y su padre.
Los dos dormían en un escondite. Un lugar que ningún guardia podía encontrar.
El sol ya estaba asomándose por el horizonte, y los rayos penetran aquel escondite secreto.
Uno de esos rayos choca en el ojo derecho del padre de Sara. Con su mano derecha se tapa. No quiere despertar. Por una vez en muchos años durmió con su hija, como cualquier padre lo haría.
La protegió, de aquel malvado que gobierna este mundo.
Una vez, que no pudo tapar sus ojos, los abrió muy lentamente. La luz lo segaba. Pero, muy lentamente la vista volvió a su normalidad.
Miro hacia su izquierda, y ahí estaba la pequeña Sara, durmiendo como un ángel.
Él se levantó muy lentamente de aquel colchón improvisado de pasto y hojas de los árboles.
Camino hacia la entrada del lugar y se fue en busca de comida. Este era el horario en que los guardias no andaban por los alrededores, pero tenía que ser rápido, los guardias no descansan tanto.
Una vez que salió de la guarida, camino por el bosque muy tranquilo y mientras tanto recolectaba algunas frutas que tenían los arboles de aquel lugar.
No elegía cualquier fruta, elegía la fruta perfecta. Cuando ya vio que tenía todas las frutas que él creía necesarias, volvió.
Caminaba con una sonrisa en su rostro. Estaba feliz, estaba siendo aquel padre que nunca fue para Sara.
Hoy iba a ser aquel día perfecto que nunca tuvo junto a su hija.
Ya estaba llegando a su escondite. Estaba  a unos pasos de atravesar esas enredaderas que servían de puerta.
Su sonrisa seguía intacta. Nada iba a detener su felicidad.
Pero cuando atravesó aquellas enredaderas, vio lo peor.
Una serpiente de color negra estaba enroscada al lado de ella, estaba con la posición de ataque que tienen estos reptiles. La lengua de la serpiente salía una y otra vez de su boca. Olía el miedo, pero no el de Sara que estaba durmiendo, sino el miedo del padre de la pequeña. El miedo circulaba como la niebla en una noche oscura, nada más que no se puede ver.
El padre de Sara, no sabía qué hacer, quedo paralizado. La serpiente seguía inmóvil. Solo su lengua salía y volvía a entrar.
De pronto, la pequeña Sara se mueve. La serpiente se preparó, su cabeza se hundió en su propio cuerpo formando una curvatura detrás de su cabeza. El animal esperaba el momento justo.
Sara volvió a moverse, la serpiente estaba inmóvil.
Hasta que, de pronto, la pequeña Sara se despierta, y levanta la mitad de su cuerpo quedando sentada en aquel colchón de hojas y pasto. El padre al ver esto, grita:
                     -. ¡¡¡¡NOOOO, SARAAA!!!!.-
Pero, era muy tarde. Fueron quizas tres segundos. Cuando la serpiente se estiro con toda su fuerza hasta llegar al cuello de Sara. Mordió con toda su fuerza, justo en la yugular, justo en la arteria.
Sara grito con todas sus fuerzas.
La serpiente soltó su veneno, hasta que saco sus dientes del cuello y como llego sigilosamente, se fue.
Las frutas que el padre de Sara tenía en sus manos, se cayeron al suelo.
El corrió hacia donde estaba ella. La niña tocaba su cuello, vio que en sus manos tenia sangre mezclada con aquel veneno.
Su padre la abrazo, comenzó a llorar y sobre el hombro de la pequeña, vio como la serpiente salía de aquel escondite que los guardias no encontraron, pero que ella si encontró.
                          -. ¡Perdóname hija, no tendría que haberte dejado sola!.- dijo el padre.
Sara no respondía.
                          -. Siento como si tuviera fuego en mi cuello, papá.- dijo la pequeña después de unos segundos.
                          -. Yo te llevare. Te sacare de aquí. Alguien nos va ayudar.- dijo el padre.
Levanto a Sara con todas sus fuerzas y salió a toda velocidad en busca de ayuda.
                          -. Resiste hija, por favor.- decía el padre una y otra vez con lágrimas en los ojos.
La niña no respondía, hasta que dijo:
                          -. Me arde, papá. Me quema por dentro.-
                          -. ¡¡¡Resiste, hija.- decía el padre agitado, casi sin aliento.
De pronto, Sara dice:
                         -. Espera papá. Ya no corras, no sabes a donde llevarme. Mejor has una cosa, llévame al lago. Quiero ir ahí contigo.-
El padre, la miro. Las lágrimas, corrían como cascadas en sus mejillas.
El entendió lo que iba a suceder.
No estaban lejos de aquel lago que dijo Sara.
Entonces decidió ir hacia allá.
Mientras se iba acercando al lago, podía sentir que el cuerpo de Sara estaba más flojo. Los brazos de la niña que enroscaban su cuello, ya no lo hacían con la fuerza como cuando salieron del escondite.
                                -. Aquí estamos hija.- dijo el padre.
La niña movió su cabeza y vio el lago. El sol parecía que se encontraba en el agua. Algunos patos nadaban en aquel lugar de agua cristalina. Los peces nadaban con tranquilidad. Ellos no sabían que estaba sucediendo.
                         -. Bájame, papá.- dijo Sara.
Tomo la mano izquierda del padre, no tenía fuerzas. Ni siquiera para caminar, ya que cuando dio el primer pasó, cayó de rodillas al pasto.
                        -. ¡¡¡Hija!!!.- dijo él.
 La pequeña se puso de pie, lo miro a él y le dijo:
                        -. Disfrutemos de este hermoso paisaje que nos da este lugar.-
Unas lágrimas, recorrieron nuevamente las mejillas de aquel hombre que ahora demostraba tener sentimientos.
                        -. No te vayas, Sara.- le suplico con voz temblorosa.
                       -. Nunca me voy a ir, papá.- dijo la pequeña, mientras su mano soltaba lentamente la de el.
Iba  cayendo muy lentamente, la brisa movía su cabello, sus ojos se iban cerrando muy lentamente. Todo pasaba en cámara lenta, hasta que sus ojos se cerraron por completo.
Y ya nada sentía la pequeña Sara.
Pero, antes de que caiga sobre el pasto…
(25 años después).
                            -. ¡Mamá!, ¿ estás ahí?.-
Sara abrió la puerta, era su hijo Zabut, había regresado del trabajo.
                           -. Hola mamá, ¿ cómo estás?.- pregunto Zabut.
                           -. Bien, hijo.- respondió Sara.
Luego, Zabut entro. Dejo sus cosas del trabajo y se fue hacia el living de la casa a mirar televisión.
Sara muy lentamente, subió las escaleras y se fue hacia el baño de su cuarto.
Se miró al espejo, y vio que ya era toda una mujer.
Tenía 37 años, y su hijo tenía 25 años.
Toda una vida paso, todo estaba bien. Ella estaba feliz con su hijo el, la cuidaba. Él era el hombre de la casa.
Luego de mirarse al espejo, fue hacia su cama, debajo de ella saco una caja negra.
La puso sobre sus piernas, la abrió. Ahí tenía las cosas que ella creía que eran importantes en su vida.
Tomo una foto que tenía ella con su padre, recordaba muy bien cuando se la había tomado, fue para navidad, la única navidad que ella recuerda.
Luego, la dejo a un costado, y tomo una carta.
Una carta de una persona que ella extrañaba, una persona que la trajo a este país, Austria.
Era una carta de Gloria. Una carta que le dejo antes de marcharse.
La abrió, pero antes de leerla, entro Zabut al cuarto y vio lo que la madre tenía y le dijo enojado:
                            -. ¡Madre!, ¿otra vez recordando viejos tiempos que no volverán jamás?.-
 Sara levanto su cabeza, lo miro y le dijo:
                           -. Con recuerdos mantenemos presentes a aquellas personas que ya no están con nosotros, hijo. Algún día cuando yo muera, vos harás lo mismo.-
Zabut se sentó al lado de ella, tomo la carta y la foto y la guardo en la caja. Luego la cerró.
                            -. Ahora estoy yo aquí, madre. Y no voy a dejar que nada ni nadie te haga daño, ¿sí?.- dijo Zabut.
 Luego, la abrazo muy fuerte.
Ella se sentía protegida.
Zabut estaba con ella.


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